Tras la misa en la iglesia de la ciudad, Lilly fue al
mercado. Cuando pasaba por el punto más antiguo de la ciudad de camino al
mercado, saludó a unos viejos que jugaban a las cartas fuera.
Lilly era su ídolo. Aunque no sabían sus nombres y
solo se veían en fin de semana cuando ella pasaba, siempre les ofrecía una
sonrisa y una palabra amable y ellos se quitaban los gorros de caza.
De vez en cuando un gato callejero durmiendo a sus
pies bostezaba a modo de saludo. Esa era toda su relación, pero era una gran
satisfacción para Lilly.
“Unos huevos por favor”.
Tras su encuentro semanal, Lilly compró huevos y
verduras frescas.
A Billy, su hermano mayor, lo que más le gustaban eran
los platos de huevos. A lo mejor esta noche unos huevos al plato. Iba pensando
en la cena de camino a su casa alquilada en las afueras de la ciudad.
Estaba tarareando, prueba de que estaba pensando en
algo alegre. En comparación con vivir en esa ciudad resplandeciente y
estimulante, coloreada por oscuros recuerdos de inhumanidad conocida como South
Town, Lilly agradecía el cambio a la modesta y humilde vida de esta ciudad
rural.
¿Quién necesita riqueza y ostentación? Lilly siempre
había soñado en paz con Billy, su hermano mayor. Ojalá Billy se acostumbrara a
una vida sin violencia…
La verja de metal rechina al abrirla y se le
desprenden láminas de óxido.
“A ver si Billy la pinta cuando tenga tempo”.
Unas sábanas blancas ondean en la brisa en su pequeño
y acogedor jardín rodeado de setos. A Blilly le gustaba lavar la ropa, pues era
su pasatiempo favorito.
Si ella no lavaba las sábanas, Billy lo hacía de buen
gusto en su ausencia, pero siempre le dejaba las cosas delicadas a ella.
“A lo mejor las dejo secando un rato más”.
Lilly deja la bolsa que llevaba para revisar las
sábanas.
“Ah, señorita Kane”, le dice la vecina mayor de al
lado a través de los setos.
“Buenas tardes”, Lilly saluda sorprendida.
Esa refinada mujer, cuyo nombre de verdad es Smithson,
sonríe por encima de las gafas cuando ve las trenzas de Lilly bailar.
“Son como dos gotas de agua”.
“¿Perdone?”.
“Cuando su lacónico hermano se fue, se tomó la
molestia de pedirme que me despidiera de usted de su parte. Se ha marchado por
trabajo, ¿verdad?
“¿Eh…?”.
De repente el suelo se abre bajo sus pies, como si
estuviera cayendo a un pozo sin fondo. Tras esto, Lilly no recuerda cómo se
despidió de la mujer. Lo único que recuerda es el triste sonido de los huevos
que acababa de comprar estrellándose en el suelo.
“¡Billy…!”.
Entró corriendo a la casa, soltó la compra en la mesa
de la cocina y se apresuró en revisar todas las habitaciones en busca de su
hermano mayor.
El cuarto de estar, la habitación de Billy, incluso el
cuarto de baño y el de limpieza, pero Billy no estaba en casa. No hace dos
horas Billy había tomado unas cuantas cosas y se había ido a informar a la
amable vecina.
Pero Lilly no podía evitar recorrer por la casa para
asegurarse. Al final volvió a la cocina después de haber registrado toda la
casa, con los ojos rojos por la emoción y entonces fue cuando vio el papel que
sobresalía de la bolsa que había tirado en la mesa.
“…”.
Con manos temblorosas, Lilly lo tomó y leyó el mensaje
escrito.
“Me voy un tiempo. No te preocupes espérame ahí”.
¿Cuántas veces había oído el mismo mensaje mientras
vivía en South Town? ¿Cuántas veces había curado sus heridas cuando volvía a
casa?
Billy nunca le había contado a qué se dedicaba, pero
Lilly ya no era la misma niña impotente e inocente de antes.
Aunque sabía exactamente que pensaba la gente de Billy
o que hacía, Lilly había aprendido suficiente. Por eso se habían marchado de
South Town y se habían mudado aquí, para sacarle de ese mundo.
“Billy… ¿cómo has podido?”, dijo Lilly en voz
temblorosa mientras sujetaba la nota de Billy.
El canto de los pájaros la despierta. Lilly había
esperado hasta la tarde para ver si volvía Billy, y al final se había quedado
dormida sobre la mesa.
Se frota los ojos manchados de lágrimas, hinchados y
rojos de tanto llorar, se pone de pie y mira por la ventana con los labios
fruncidos.
Billy no había vuelto, seguro que había salido del
país. Lilly no estaba segura. No sabía adónde se había dirigido, pero podía
adivinar porqué lo había hecho.
“Tengo que detenerlo”.
Las sábanas blancas que dejó fuera se agitaban
furiosamente en la brisa matinal cargada de rocío.
Lilly murmuraba mientras mira las sábanas, de repente
sale al jardín y agarra un poste de sobra para la cuerda de tender que estaba
apoyado contra la casa.
“¡Traeré a Billy de vuelta!”.
El poste de la cuerda de tender se amolda a su mano
como si fuese una extensión de sus brazos vigorosos forjados por la pasión que
ponía en el lavado diario.
Limpiándose las lágrimas que le inundan los ojos con
sus delicados puños, se coloca el poste sobre el hombro y se va corriendo. Se
va corriendo a devolver a su único y amado hermano a la luz.
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