Una campana repica a lo lejos. Quizá se esté
celebrando un funeral en este gran cementerio.
Lien observa el cielo nublado y baja la mirada con un
suspiro desalentado ante las tumbas que tiene ante ella.
“Ha pasado mucho tiempo, papá y mamá…”.
Los nombres de sus padres están grabados en la nueva
lápida, pero no hay nada bajo el mármol; solo ataúdes vacíos.
Los restos de los padres de Lien, que deberían reposar
en este lugar, sucumbieron a las llamas hace 15 años. Calcinados junto a muchos
de sus amigos antes sus propios ojos.
“…”.
Su corazón, que ya debería haber olvidado, aún le
duele. Cada vez que ve esas lapidas, lo recuerda como si fuese hoy. Ve a su
padre dirigiendo a sus amigos contra el asalto. A su madre, a la que tanto se
parece ahora, a su lado.
Sus amigos que lucharon hasta el final, aun ya
abatidos, cuando no les quedaban fuerzas. Los dos murieron a manos de ese
hombre ante sus ojos.
El ejecutor del infierno. Tenía una cicatriz enorme en
el cuello, y el averno es su hogar. Lien, que no había conseguido ningún tipo
de información nueva sobre Duke en los 15 años que llevaban juntos, ni siquiera
podría asegurar que ese fuera su verdadero nombre.
Después del día en que murieron sus padres hace 15
años, Lien, única sobreviviente de la organización, se enfrentó a Duke y fue
sometida casi sin esfuerzo.
De una niña de 11 años, no se esperaba otra cosa. Sin
tan siquiera tocarle, Lien se resignó a morir en ese lugar, pero Duke no la
mató, al contrario: dirigió innumerables esfuerzos por convertirla en una asesina
perfecta a su servicio.
Lien no lograba explicarse por qué Duke ponía tanto
empeño si sabía que intentaría vengarse de él. Bueno, la verdad es que prefería
no saberlo. Simplemente agradecía contar con una segunda oportunidad mientras
aprendía.
Los 15 años al servicio de su edad de venganza la
transformaron en una asesina de primera, capaz de matar sin pestañear, pero eso
no aliviaba la ira que crecía hacia él en el fondo de su corazón.
“Es ridículo”.
Lien adopta una mueca de dolor al mirar su mano temblorosa.
Si hay algo que le hace perder los nervios, a pesar de haber sido entrenada por
Duke para no perder la compostura, es pensar en el momento de asesinarle con
sus propias manos.
En cambio, desde una perspectiva freudiana, sus
sentimientos por Duke parecían una intensa manifestación de amor apasionado.
Lien deja una flor de cardo en la tumba de sus padres,
emprende el camino y, al partir, oye pasos amortiguados por el rocío de la
hierba.
“¿Eres Lien Neville?”.
De pronto, se ve rodeada por un grupo de individuos,
que fingían visitar a sus difuntos. Todos llevan la mano derecha metida en la
chaqueta. Pero, para cuando han querido desenfundar el arma, Lien ya les ha
hecho morder el polvo.
“Malditos desgraciados”.
Y con ese comentario, se deshace de su visión y pone
en acción a la bella y adorable asesina que lleva dentro.
“Guu-uah…”.
“Gah-ack”.
Sus atacantes no ven más que destellos de luz de color
negro y amarillo. A algunos les parte el cuello desde atrás, a otros les hunde
las costillas con la palma de la mano y el resto sucumben a sus propios
disparos.
Transcurren diez segundos hasta que cae el último…
Lien, volviendo a ponerse el abrigo, ni siquiera se sofoca.
“Si quieren matarme, más les vale que se dejen de
cháchara y se pongan en marcha”.
Dirige su consejo al montón de cadáveres y vuelve la
vista a las lápidas.
“Siento el revuelo, papá y mamá… hasta la próxima”.
Lien habla a sus progenitores ausentes y se aleja,
dejando un rastro de matones tirados.
La situación no ha sido especialmente extraña. No es
tan raro ser el blanco de unos asesinos desconocidos. Probablemente fuera otro
grupo que Lien dejó sin jefe en el pasado.
Hasta la fecha, Lien había acabado con líderes de
mafias y familias por orden de Duke, así que sería más adecuado decir que no
sabía quiénes eran en vez de llamarles desconocidos.
En cualquier caso, estaba muy acostumbrada a recibir
ataques en represalia por sus hazañas.
Lien saca un sobre del bolsillo de su abrigo negro.
The King Of Fighters…
Debería ser ilegal, si no se conocía al patrocinador,
de lo contrario, ¿por qué iba a recibir una invitación?
“Si me presento, ¿podré volver a encontrarme
contigo?”.
Se estremece al pensarlo. Una horripilante mueca
deforma su rostro mientras abandona el cementerio.
Un súbito golpe de viento vuelve a azotar el silencio
cementerio y deshoja los cardos formando nubes de pelusa.
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