La labor del vocal consiste en emitir decibelios que
suban por las sucias escaleras del club del sótano y retumben en tímpanos que
se pasen por la calle.
Al otro lado de la puerta insonorizada, se puede oír
la anterior actuación del grupo, pero su atención ya está centrada en otros
menesteres.
Al final de las escaleras, el callejón, tenuemente
iluminado incluso a mediodía, se oscurece más aún al caer la noche, y no se ve
ni un alma.
Los perros callejeros escarban en la basura, pero en
cuanto les mira, salen corriendo disparados con el rabo entre las patas.
“Esas bestias saben a lo que se arriesgan”.
Iori Yagami murmura para sí mientras comienza a
caminar,
No va hacia la calle principal, rebosante de montones
de letreros de neón, sino hacia un callejón aún más oscuro, donde se ha
refugiado el perro.
No se dirige allí por nada en particular. Así suele
“comportarse”: no sigue un rumbo fijo, sino que… ¡ah!, se deja llevar por la
brevedad del momento.
Recorriendo el laberintico callejón, parece que unos
tipos acaban de seguirle cuando Iori llega a un punto que parece el final.
“…”.
Se detiene frente al enorme muro de ladrillos cubierto
de grafitis sin valor artístico, y mira por encima del hombro para estudiar la
situación.
Hay unos cuantos hombres cerrando la ruta de escape de
Iori. Entre las numerosas caras de pocos amigos, hay quienes incluso van
armados con navajas.
Por mucho que uno quiera pensar bien, no parece que se
trate de un grupo de amigos que se acerquen a preguntar por una calle. Está
claro que es una banda con ganas de problemas.
Sin embargo, no parecen simples matones del montón.
Podrían confundirse con delincuentes callejeros comunes, pero son más que eso.
El modo de blandir las navajas y la fría mirada amenazadora de su rostro
sugieren que se trata de personas rigurosamente formadas por auténticas
técnicas de combate.
Son profesionales haciéndose pasar por aficionados.
¿Se habrá dado cuenta Iori de todo?
Aprieta levemente los labios y sonríe.
“Mmph”.
Iori saca lentamente la mano del bolsillo derecho. Los
matones se abalanzan sobre él, como si fuera la señal. Como el típico grito
para asustar al oponente no haría sino acabar embraveciéndoles en este caso de
clara superioridad numérica, Iori sabe contenerse.
Uno por uno, los tipos armados y alentados por su sed
de sangre saltan sobre él.
Y contraatacando esta avalancha surge un temible
huracán morado.
“Uaaaagh…”.
Los puños de Iori cubiertos por una llama cautivadora
acribillan sin piedad a sus enemigos. Los chorros de sangre quedan reducidos a
cenizas por el fuego, mientras resuena el sonido de la carne cortada y
desgarrada. Y entonces…
Los hombres rodean a Iori sin infringirle ningún daño,
y pronto se queda inmóvil. Esos hombres eran verdaderos profesionales, pero los
caídos a manos de Iori, al final no eran más que matones vulgares.
Iori, observando la escena impasible, estudia
atentamente la situación, con llamas aun saliendo de su mano derecha, donde
brilla un anillo de plata.
“Tú, el que permanece oculto en las sombras… ¿por qué
no te muestras”.
“Vaya, vaya… supongo que un puñado de estos matones no
eran riales para ti, ¿eh?”.
Más allá de los cuerpos inertes, casi amontonados,
aparece súbitamente una figura amarilla luminosa, claramente distinguible.
Es una mujer, aún más joven; más bien una chica, para
ser exactos. Una chica con el cabello de punta, traje de color amarillo
brillante y la mirada cargada de desprecio.
“Justo lo que esperaba de Iori Yagami, ¿cómo
definirlo? ¿Excepcional? Sí, esa es la palabra que buscaba. Estás más que
dotado para participar”.
“Has dicho… ¿participar?”.
“Mmph, disparates… seguro que dirías algo así de
nihilista, claro. ¿pero y si luego te arrepientes? ¡Porque aquel que te
obsesiona seguro que acudirá!”.
Y diciendo esto, la chica lanza un sobre blanco hacia
Iori.
“Hasta la próxima! ¡Que no se diga que no te traje la
invitación!”.
Con esas palabas, la chica se desvanece tan rápido como
apareció. Un poder increíble, pero Iori permanece impasible.
“…”.
El sobre blanco se tiñe de rojo al absorber la sangre
de los hombres mutilados por Iori.
Iori, mirando el siniestro sello estampado en lacre,
recoge lentamente la invitación y comienza a caminar.
Una brisa cargada de olor a sangre barre el humo de
las llamas moradas y lo funde con la niebla nocturna. En el cielo sin
estrellas, una fina medialuna roja resplandece.
Mirandola tras su largo flequillo, Iori se aleja. Los
hombres que ha matado y la chica… para Iori son insignificantes.
Fueran quienes fueran, poco importa. Pensar en sus
vidas le haría sufrir, y tampoco es que le preocupen mucho. Para el hombre
llamado Iori Yagami, todo en ese mundo no es más que un incordio.
Y no hay algo que no lo sea, eso es…
Iori aprieta con la mano el sobre cubierto de sangre
de su bolsillo. Lo único que consume el corazón de Iori es donde le conducirá
el sobre. Su instinto le dice que eso es lo que espera.
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