En todo el club, animado por un vivaz ritmo latino,
solo había un lugar lúgubre. Demasiado lúgubre.
Justo después de la apertura del club, la zona que
rodeaba al hombre que se dejó caer al final de la barra y comenzó a beber licor
barato, quedó cubierta por la lúgubre atmosfera de un velatorio.
Tanto el cantinero como los clientes de la pista de
baile lo vieron, pero nadie se planteó dirigirle la palabra.
A pesar de ello, este tipo extraño era una celebridad.
Nade sabía su nombre real, pero todos lo conocían, a él y a su pésima
reputación. Respondía al nombre de Hyena.
Hyena fue el esbirro de Duke, líder de Mephistopheles.
No es que tuviera una gran posición en el sindicato, pero con su pico de oro,
astucia y conocimiento de los cotilleos de la ciudad, se ganó la confianza de
Duke, que gobernaba South Town.
Si Duke hubiera aniquilado a las otras bandas y
obtenido el control completo del bajo mundo, Hyena habría tenido un buen
puesto, pero cuando Alba Meira derrotó a Duke en la final de KOF que él mismo
había organizado, el mundo de Hyena se vino abajo.
Duke desapareció, Mephistopheles se hundió. No había
una plaza para el pico de oro de Hyena entre las muchas bandas que comenzaron
una guerra salvaje por el control de South Town.
Todas esas guerras fueron poco a poco apagadas por
Hijos de Fate, el grupo que juró cumplir la última voluntad de Fate.
Para Alba y la banda que juró vengarse de Duke, Hyena
ocupaba uno de los primeros puestos en su lista. Para Hyena, que había campado
por los bajos fondos de South Town bajo la protección de Duke y sus bandas
haciéndole la vida fácil, la ciudad se había convertido en algo insoportable.
“Eran buenos tiempos”.
Hyena suspira mientras agita su vaso de bourbon con
cubos de hielo casi derretidos. Frotándose la nariz, roja por el alcohol,
recordó sus días de gloria.
En aquellos días siempre estaba al tanto de los
rumores y ganó una fortuna dándole a Duke cualquier información que podría
beneficiar a Mephistopheles. Eso fue todo lo que necesitó. Se vestía con caros
trajes italianos, se bañaba en colonia francesa e invitaba a nadar en dinero a
las habitantes más bellas de la noche.
Por desgracia, nunca encontró una compañera adecuada a
sus intereses, pero saboreó el placer de ser el caballero más generoso de South
Town.
Pero comparada con aquellos días gloriosos, ahora su
existencia era miserable. El traje todavía era italiano, pero era el último, el
único traje que le quedaba en su vida actual de vagabundo.
Le echaron de su ático de lujo hace mucho, por ser
totalmente incapaz de pagar el desorbitado alquiler. El harén de bellezas que
le acompañaba durante sus días de galán no le dedicaba ni una mirada desde que
perdió la protección de Duke y su fortuna.
Sin que los demás lo supieran, Hyena lloraba tras sus
gafas de sol, mientras bebía bourbon.
Sin duda, encontrarse al gran Hyena bebiendo licor
barato en esta tasa con estos perdedores, es una prueba de la incertidumbre de
la vida.
El dueño miró a Hyena cuando llamó a su propio local
tasca, incapaz de evitar ser sarcástico, pero Hyena estaba demasiado hundido en
la autocompasión como para notarlo.
“Puede que vuelva a la casa de mis padres en
Alshashe…”, murmuró mientras mordisqueaba triste una cascara de pistacho.
Pronto sacudió la cabeza como si se liberase de su
propia autocompasión.
“No, si ahora me rindo, ¡no seré más que un payaso!
¡Un hombre debe superar la adversidad y alzarse de nuevo de entre las cenizas”
¡¿No piensas eso, jefe?!”.
“Sí, probablemente”.
La expresión del cantinero, asintiendo desganado,
muestra su disgusto, pero Hyena, por supuesto, no se da cuenta.
Bebe lo que queda de licor y saca sus últimos 100
dólares del bolsillo de la camisa. Tira el billete y el vaso a la caja
registradora.
“Aquí comienza el futuro de Hyena. ¡Quédate con el
cambio!”.
“¡Eso no cubre la cuenta!”.
La voz del camarero está teñida de rabia, pero Hyena
hace rato que se ha ido.
“Es fácil. ¡Tengo que hacer algo de dinero! ¡Por mí
mismo!”.
Hyena, curiosamente sobrio y activo, se escabulle del
distrito de clubes nocturnos iluminados con neones para contemplar el cielo
estrellado y peinarse.
“¿Duke? ¿Alba? No los conozco. ¡Desde ahora el
verdadero ‘Rey’ de South Town no es otro que yo, el único e inigualable
Hyena!”.
Se ajusta su colorida corbata y camina hacia las
heladas miradas de la gente y el frio viento nocturno.
Allá va el pico
de oro conocido como Hyena. Si su ladrido se parece a su mordisco, las
posibilidades son infinitas.
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