Amanecer.
El agudo graznido de un halcón atraviesa el bosque
envuelto en la bruma de la mañana. El graznido acaba con el golpe sordo de un
cuerpo cayendo sobre la maleza húmeda.
Hanzo se sobresalta al escucharlo, pero permanece
impávido y escondido.
“Gah…”.
Otra vida expira en el frondoso bosque de cedros.
¿Kihachi, quizás?
Hanzo agarra con firmeza la empuñadura de su espada
ninja al oír los gritos agonizantes. Ya han muerto tres ninjas Iga en este
bosque. Aunque puede que “morir” sea una palabra demasiado suave. Han sido
asesinados. ¿Quién será?
Se pregunta Hanzo, conteniendo la respiración en su
escondite.
La misión que Hanzo recibió del consejero era un
encargo especial: investigar a miembros de la familia imperial.
Fallar no era una opción, razón por la que el propio
Hanzo se había implicado en la causa. Pensándolo bien, Hanzo había decidido
acertadamente. La opción prohibida estaba a punto de hacerse realidad.
El enemigo había estado esperando en el bosque la
llegada de Hanzo y los demás. Hanzo aún no sabe quién es el enemigo, cuántos
hay o cuál es el objetivo. Lu único que sabe es que los ninjas Iga, divididos
para evitar emboscadas, están siendo eliminados uno a uno por un enemigo no
identificado.
Si algo está claro, es que no se trata de guerreros comunes.
El equipo de Hanzo son ninjas aguerridos entrenados bajo su tutela. Todos
pueden divisar ninjas desde los árboles, aniquilar rivales con gran precisión y
dominar técnicas imposibles para los samuráis.
Sus enemigos también pueden. En ese momento, le asaltan
los recuerdos: la resistencia pasiva.
Esos clanes que juraban total lealtad a los Tokugawas
y trabajaban en secreto para ellos.
La familia que Hanzo tiene que investigar financia un
ejército de ninjas capaz de vencer a los de Hanzo, y a Hanzo le preocupa la
idea de que enemigo les esté aniquilando como moscas.
Ha pintado la hoja de la espada ninja, que saca poco a
poco de la vaina, para que la luz no se refleje y no pueda delatarlo. Hanzo
vigila a través de los arbustos, listo para desenvainar cuando haga falta.
De golpe, Hanzo salta sobre un cedro, se esconde y se
adentra en la bruma de la mañana. Unas llamaradas azuladas le pasan rozando los
pies.
¡Katon!
Si se hubiera dejado caer un poco, habría acabado
chamuscado entre trozos de corteza. Ha sido un ataque con suficiente potencia
como para secarle la ropa húmeda del roció.
Ahora, Hanzo debe abrirse paso entre peligrosas púas.
Ni flechas, ni dagas, sino púas. Se aproximan a él como si avanzaran a través
de los troncos de los árboles.
“¿¡Mmmp…!?”.
De la emboscada de Hanzo se escapa un grito
involuntario. Sacando la espada ninja de la funda y asestando un rápido golpe,
trata de detener las púas, pero una de ellas se dirige a su cabeza. ¡¿Eso era
una púa?!
Agarrándose a lo alto de otra rama de cedro, tan
ligero como si caminara sobre el viento, abre los ojos y traga saliva.
Las puntas de las púas le siguen en la maleza, que
ondean como serpientes y que ahora recuperan su posición original. Hanzo
distingue cinco dedos y cinco garras como puñales.
Al descubrir la naturaleza de las púas, Hanzo
comprende que se enfrenta a un solo rival. Escondido en la penumbra del bosque
envuelto en bruma, un solo ninja ha logrado acabar con todo el equipo de Hanzo.
En ese instante, una voz ronca estremecedora reverbera
a través del bosque.
“¿Con que así luchan los Iga? Y tú pareces el más
dotado de todos ellos”.
“¡…!”.
Hanzo mira directamente arriba, de donde la voz parece
provenir. Una larga mano serpenteante se aproxima a él. ¡Es una trampa!
Hanzo da un salto desde la robusta rama en un intento
por evitar el ataque, pero le atrapa por el tobillo. Hanzo se ve arrastrando
hacia el suelo.
“Eres fuerte, eso está claro… ¡pero mira!”, dice el
hombre desde el árbol, y se ríe.
Agazapado con firmeza en la rama, el hombre de negro
levanta el cuerpo de Hanzo por los aires con la mano derecha extendida, y sus
ojos despiden un extraño brillo al prepararse para golpear a su víctima con la
izquierda.
“Esta es la Garra Oscura”.
El hombre lanza los puños sobre Hanzo, que cuelga boca
abajo. Sus afiladas garras forman una púa gigante capaz de atravesar fácilmente
el esternón de cualquiera, pero Hanzo se ve envuelto en una explosión antes de
que las garras le perforen el cuerpo.
Cuando el viento acaba de disipar el olor a pólvora,
la sombra de Hanzo reaparece en el boque, que recupera la tranquilidad.
La explosión no parece haberle causado daño alguno.
Además de ser un guerrero de gran talento, siempre fue el más hábil manejando
la pólvora en su pueblo.
“…”.
Hanzo suspira al alzar la vista a las ramas de los
cedros. Se había resignado a morir con su atacante en la explosión, pero justo
antes de recibir el brutal impacto, había desaparecido.
Aunque no había logrado averiguar su identidad,
entendió que se enfrentaba a un nuevo enemigo con habilidades aterradoras de
otro mundo.
“Lord Hanzo”.
Solo dos ninjas habían permanecido tras Hanzo. El
resto, muertos a manos de ese hombre.
“Recojan los cadáveres. Después, retomen sus
obligaciones”.
“Pero…”.
“No seguiremos con la búsqueda”.
Céntrense en sus quehaceres presentes y nada más”.
Volveremos a cruzarnos con ese hombre antes de lo que
pensamos. Sin sentir necesidad de transmitir esa idea a sus compañeros, Hanzo y
su reducido grupo desaparecen en la oscura bruma del bosque.
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